Durante las últimas jornadas, cualquier ciudadano con la sana costumbre de atender los acontecimientos tanto del mundo entero como los del vecindario se tiene que haber percatado de los últimos contrastes que, probablemente alineados gracias a una de esas jugarretas cósmicas, nos trae la realidad. Mientras que en Egipto –tierra de pirámides, faraones y producciones millonarias de Hollywood –se gesta una de las más grandes revoluciones sociales de los últimos tiempos, aquí, en Perú, nos hallamos, una vez más, frente a una de las clásicas y pintorescas campañas presidenciales.
La situación en Egipto en estos momentos –en estos precisísimos momentos, a decir verdad –responde a la negativa de un pueblo, tan heterogéneo antes de esta “toma de conciencia”, a vivir en condiciones draconianas de vida dictadas por el Gobierno. La rigidez del régimen egipcio, perfectamente ilustrada en su presidente, Hosni Mubarak, se muestra cada día más frágil ante las huelgas realizadas por los ciudadanos egipcios. El número de personas levantadas llega a tal cifra que dota de rasgos épicos cada emisión televisiva al respecto.
Protesta en Egipto. Fuente: rtve.es
Pero mientras eso sucede en la tierra del Nilo, a miles de kilómetro de distancia, en la tierra del pisco, los debates se centran no en la necesidad de cambiar a positivo el modo de vida de las personas –sintetizando de alguna manera el ideal político de ser mandatario de Estado –, sino en la importancia de no haber consumido jamás una substancia malconsiderada socialmente, como la marihuana o la cocaína o alguna otra.
Llega a sorprender, y no de manera grata en absoluto, la ineficacia de los pretendientes al poder político en relación a su modo de concebir al ciudadano peruano. O, maquiavélicamente hablando, sorprende quizá la manera en que intentan ellos, a través de su mero actuar, construir al ciudadano peruano.
¿Nos hallamos acaso en un país en donde tiene cabida ese lujo y predisposición a perder el tiempo?
Imagen cortada de la versión web de El Comercio 02/02/11 2:40 p.m.
Es increíble ver cómo las campañas presidenciales de los últimos años –si es que mi inexperta memoria no falla –se convierten en meros espectáculos nacionales en donde se premian, no las razones, sino las corazonadas y los discursos altisonantes y emotivos. Y todo esto se relaciona a lo mencionado hace un instante ¿cómo es que nos configuran los aspirantes a la presidencia y sus asesores?
Una deducción saltante, más que una respuesta a esa pregunta, es la clásica de cada lamento con sabor a imposibilidad: la maldad inentendible y las ansias de ampliar las ganancias económicas son los motivos de cada desgracia política programada por el destino.
Esta breve, poderosa y recalcitrante idea es, a simple vista, un primer paso a un profundo, concienzudo y más que fructífero análisis de nuestra realidad. Pero, también, y gracias a esa simplicidad en su concepción, a esa característica de premisa universal, es que nos ayuda a vincularnos con las personas en Egipto que, igual que nosotros, pero quizá un poco más molestas que nosotros, enfrentan en las calles a esa maquinaria autodenominada Poder.
Cuajazadaso texto, man.
ResponderEliminarHace unos días JFowks escribió en su blog un post que me gustó bastante con una idea bastante similar: cómo sentirse tan lejos de lo cercano y cerca de lo lejano. Leelo acá: http://bit.ly/hi5rxq
Dos subrayadas:
"El número de personas levantadas llega a tal cifra que dota de rasgos épicos cada emisión televisiva al respecto".
"¿Nos hallamos acaso en un país en donde tiene cabida ese lujo y predisposición a perder el tiempo?"